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El funcionamiento de nuestra sociedad está cada vez más regulada por rentabilidad económica. Esto no es algo que sorprenda como novedad, lo que impacta es la indiferencia social ante el lucro en áreas tan sensibles como las adicciones.
Recientemente ha llegado a mi conocimiento la noticia referida a la prohibición de fumar en el campo del Barça. Superada mi frustración inicial por enterarme tan tardíamente, no pude más que alegrarme. Es una medida positiva desde la perspectiva de la salud pública y me parece correcto que la ley se haga extensiva a todas las áreas relacionadas con el entretenimiento. Sin embargo, unas líneas más abajo en el mismo artículo, me percato de una noticia no tan alentadora: el Barça ha firmado un acuerdo de patrocinio con una compañía británica dedicada a las apuestas por Internet.
Aparte de la contradicción obvia de relacionar el deporte con los juegos de azar, no se pueden ignorar las repercusiones de la promoción el juego por Internet en una sociedad en crisis, y con el poder mediático que tiene el Barça.
El juego patológico es una adicción no tóxica y es un problema acuciante especialmente en épocas de crisis económica. Diversos estudios han encontrado asociaciones entre crisis económica y ludopatía. Tal vez se deba a la menor popularidad de la ludopatía en comparación con el trastorno de dependencia al alcohol, por mencionar uno. Tal vez sea la persistencia de antiguas definiciones de juego patológico asociándolo a trastornos obsesivos más que a adicciones. Sea como sea, está claro que -como sociedad- aún hay consciencia del alcance real de la ludopatía como entidad patológica, y tampoco del riesgo de Internet en el desarrollo de la misma.
Un ludópata no es solo aquel que se pasa el día en el casino o frente a las traga-perras. La expresión de las enfermedades con componente social cambia al ritmo que cambia la sociedad. No podemos olvidar esto a la hora de evaluar las patologías del campo de las adicciones.