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“Tengo miedo a que mi hijo sea adolescente: ¿con quién se relacionará?, ¿se podrá caer caer en las drogas?”
Son algunas de las preguntas sentidas, silenciadas, pronunciadas y escuchadas por amigos. Son inclusive motivo de consulta de padres con angustia anticipatoria en la relación con el carácter o comportamiento social que sus hijos adolescentes. En especial cuando se convierten en motivo de consulta al surgir problemas conductuales, drogas, agresividad, abandono escolar e inclusive conductas disfuncionales en el hogar. Se suele solicitar ayuda son variadas las manifestaciones emocionales que experimentan: desde el enfado, la preocupación hasta el miedo. E incluso, una especie culpa oculta o manifiestamente como expresión de su angustia.
La culpa como modo de queja se convierte en una especie de postura que favorece la parálisis familiar, retorciéndose en la excusa del propio lamento sufridor.
En los jóvenes y adolescentes muchas veces nos encontramos ante la callada voz de los obstáculos: “mi madre tiene miedo”; “mis padres tienen culpa”, entresijos donde nuestros hijos se escapan y se permiten sus conductas poco sanas –que además se refuerzan–.
¿En dónde están las raíces del problema? En la responsabilidad compartida de los valores que transmitimos y la responsabilidad de nuestros hijos de leer la realidad de muchos modos diferentes a nuestras buenas intenciones.
Muchas veces hemos dicho o escuchado las frases hechas como: “no nacemos con un manual de padres debajo del brazo” o que “lo hacemos lo mejor posible”.
Parafraseando a la filósofa y escritora española, Elsa Punset: “Lo ideal sería que cuando eres pequeño tus padres y tus maestros supieran lo suficiente sobre las emociones como para ayudarte a navegar por ellas. Ha habido un gran fallo de la sociedad: hemos dejado a los padres muy desamparados, les obligamos a sacarse titulitos para todo menos para tener hijos y para entender cómo funcionan emocionalmente.”*
En la observación clínica no nos encontramos con lo ideal, es inevitable encontrarnos con variados perfiles de familias que se repiten acompañando a sus hijos que sufren por algún trastorno emocional o que se drogan.
He aquí, desde la observación una clasificación popular, de uno de esos patrones familiares poco sanos, que NO favorecen cuando estamos educando a otros.
Es importante clarificar que cuando nos referimos a estilos nocivos se trata de lo que destaca unipolarmente, se acentúa o sobreabunda como la forma de relación entre los padres con sus hijos.
He aquí la gran diferencia entre: “quiero lo mejor para mis hijos” y “quiero que mi hijo sea el mejor”
Este estilo educativo tiene varios matices, aunque se refiere básicamente a aquellos padres que planean a sus hijos y a su futuro desde sus propias expectativas “que sean los mejores”. Es un posicionamiento egoísta, limitado sobre las necesidades de sus hijos. Muchas veces les someten a una sobrecarga en estudios, idiomas, refuerzos y tienen poca comunicación con ellos, poco tiempo para interesarse por sus gustos, intereses, sentimientos, por compartir el tiempo libre de un modo distendido. Suelen ser entornos familiares de alta exigencia y autoritarismo donde se menosprecia la falta de competencia específica, en tanto se promueve la no expresión de debilidades, discapacidades o limitaciones. Incluso, y esto es lo más nocivo de todo, los hijos pueden llegar a leer y/o interpretar que para ganar el amor de sus padres, nublado por la exigencia fría, han de conseguir ser como sus padres desean. Y esto puede suponer una carrera de fondo estresante, tensa y de insatisfacción crónica a largo plazo… porque el amor no tiene nada que ver con ser el mejor – nunca fue así, no estamos necesitados de ser los mejores. En cambio estamos necesitados de ser amados sin condición, sencillamente por quienes somos. Este estilo, muy presente en nuestras consultas acaba desvirtuando el propósito del afecto natural, necesario mientras se gesta la afectividad humana.
En definitiva, en próximas reflexiones desde la contemplación del sufrimiento humano, no desde los síntomas, continuaremos compartiendo este tipo de patrones que influyen en la dinámica familiar.
Así hablaremos más de los patrones que se hacen clásicos sobre el mantenimiento de un sistema familiar enfermo: “sé el mejor, no se te ocurra equivocarte, no hables, no sientas, no confíes, no pierdas el control y no busques ayuda fuera”.